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Santiago Moreno Vila

Comunicación Audiovisual - Grupo 43

 

Reflexión sobre la desinformación

Según la Real Academia Española de la Lengua, el término desinformación tiene dos posibles acepciones: acción y efecto de desinformar o falta de información e ignorancia (RAE, 2001). Es un concepto que todas aquellas personas ajenas al mundo de la comunicación, relacionan directamente con el periodismo y los medios, acusando a estos últimos de ser los responsables de los ocultamientos de información, o de transmitir únicamente aquello que es más afín a su ideología. Es por ello que debemos hacer una distinción entre la manipulación informativa, que sí proviene de los medios de comunicación, y que se da cuando los contenidos (totales, fotos, audios) son modificados a drede; y las noticias falsas (más conocidas como “bulos” o “fake news”), que son aquellas que tratan de engañar y contar mentiras, y cuyo orígen se encuentra en redes sociales, grupos influyentes, partidos políticos, etc, no teniendo nada que ver con los medios o rutinas periodísticas.

Actualmente vivimos en una sociedad eminentemente digital, que está sobrecargada de información. Ésto se debe, en su mayor parte, a la aparición y extensión de Internet, herramienta que nos permite tener acceso instantáneo y desde casi cualquier lugar a una gran cantidad de datos y contenidos de todo tipo, y además, a parte de ser consumidores, nos da la posibilidad de convertirnos también en productores (“prosumidores”). Este hecho tiene connotaciones positivas, ya que a día de hoy casi todo el mundo cuenta con una identidad digital y presencia en la red, lo que permite poder expresarse, opinar y adquirir o compartir conocimientos, información y contenido, propio o de terceros, con miles de usuarios; y connotaciones negativas, ya que mucha de esta información generada no proviene de fuentes fiables y es difícil verificar si es verdadera.

Las redes sociales son una de las vías por las que más bulos o “fake news” se difunden, y a su vez, una de las fuentes que más utilizan las personas (sobre todo los jóvenes, para los que es impensable consumir otro tipo de medios, como por ejemplo la prensa en papel, debido entre otras muchas razones a la falta de tiempo o al precio que ésta tiene) para estar al tanto de la actualidad y las noticias que ocurren minuto a minuto, debido a la facilidad, tanto de uso, como de acceso, a través de los dispositivos móviles, y a la rapidez con la que se pueden consultar y con la que la información se va actualizando. No obstante, pese a ser instrumentos muy útiles, las redes sociales también tienen aspectos negativos. El primero de ellos sería el anonimato que brinda estar detrás de una pantalla y oculto bajo un alias, lo que genera la falsa idea de que nunca seremos reconocidos y nuestros actos en la red no tendrán repercusiones en nuestra vida, lo que motiva que muchos usuarios manipulen la información a su antojo con, en muchos casos, fines maliciosos. Otro de los aspectos negativos tiene relación con la capacidad de los individuos de generar contenidos, mencionada previamente. Este hecho lo podemos observar, por ejemplo, cuando ocurre una catástrofe que afecta a la sociedad, como por ejemplo un atentado terrorista. Millones de usuarios comienzan a compartir fotos, vídeos e información, que no ha sido valorada, seleccionada y difundida de forma correcta y  que generan una imagen distorsionada de lo que está sucediendo en realidad, interfiriendo en la mayoría de los casos con la información proporcionada por fuentes fiables u oficiales y en la resolución de los problemas o conflictos, al no poder saber con total seguridad qué es lo que está sucediendo. Finalmente, a diferencia de los medios de comunicación clásicos, como la televisión, la prensa o la radio, que se rigen por unos códigos y unas normas sobre qué se puede publicar y qué no es aceptable o moralmente correcto mostrar o difundir, las redes sociales no cuentan con ningún tipo de ley que regule sus contenidos y en la mayoría de los casos, son los propios usuarios los que se encargan de su regulación y control. Por ejemplo, en el caso de la plataforma de Twitter, cualquier persona puede reportar contenidos, por lo que la ideología de cada uno juega un papel fundamental, condicionando lo que queremos ver y generando en muchas ocasiones conflictos con otras personas que terminan extrapolándose a otros ámbitos de la realidad.

Los ciudadanos somos los principales afectados por la desinformación y uno de los pilares básicos para combatir contra ella. Es por ello que debemos tener un pensamiento crítico que nos permita evitar ser manipulados y, aunque no sea solo responsabilidad nuestra, debemos tener el suficiente conocimiento para ser capaces de detectar las desinformaciones y ayudar a que no se propaguen. Otro de los grandes problemas a día de hoy es el acelerado ritmo de vida que llevamos generalmente las personas; esto hace que no nos detengamos a leer correctamente las noticias y que nos conformemos únicamente con la información aportada por el titular, el apoyo visual y la entradilla, por lo que es más fácil colocar información falsa y que ésta cale en los receptores. Cuando recibimos una noticia, lo primero que debemos hacer es verificar su fuente y comprobar que sea fiable, así como comprobar quién es su autor y cuándo y dónde ha sido publicada.

En los últimos años, muchas empresas privadas también han lanzado iniciativas para combatir contra las “fake news”. Estas compañías se dedican a desmentir los bulos que circulan por las redes, explicar qué es lo que verdaderamente ha sucedido y además ponen al servicio de los ciudadanos herramientas de “fact checking”, como números de teléfono o direcciones de email, para comprobar de manera rápida y sencilla toda la información que recibimos.

Desde el ámbito público se deberían impulsar más normas y medidas para controlar la desinformación, tanto en los medios, como en las redes, al igual que desde el ámbito académico, donde se deberían impulsar planes de educación para concienciar a los usuarios del peligro que puede desentrañar difundir o compartir información falsa y para generar en ellos hábitos de consumo de medios y de información favorables para sí mismos y para el resto.

La desinformación es un tema que afecta a la sociedad en su totalidad, por lo que frenarla no es responsabilidad de un solo grupo o individuo. Todos debemos velar por las buenas prácticas informativas y combatir conjuntamente la desinformación






 

Recursos utilizados:

Real Academia Española. (2001). Desinformación. En Diccionario de la lengua española (22.a ed.). Recuperado de https://dle.rae.es/?id=D6c3AyF

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